Entiendo perfectamente a la gente que le gusta acudir siempre al mismo sitio. Es como con los bares, muchos clientes disfrutan entrando y conociendo a otros clientes y hablando de lo divino y lo humano con el camarero. Pero yo para esto soy un poco raro: me canso de ir siempre al mismo sitio, y tampoco me gusta que me conozcan demasiado. También admito que soy un poco mal tomado y no tardo en percibir algún gesto que me disgusta y me voy con mis bártulos a otra parte.
Cambiar de bar no tiene mayor relevancia, al fin y al cabo, hay cientos (aunque dicen que cada vez menos en España) pero no es lo mismo cambiar de dentista. Cuando se trata de algo médico, es cierto que cuesta más cambiar porque el profesional que te suele tratar no solo te conoce personalmente, sino que conoce tu historial médico que es aún más importante. Pero cuando abrieron una nueva clínica dentista en santiago, yo me planteé cambiar y probar, al menos con una cita.
La razón de esta prueba era muy sencilla. Mi anterior dentista estaba un poco lejos. Había empezado a acudir a él cuando vivía en mi casa anterior, por cercanía. Me acostumbré a él y cuando me cambié de casa decidí seguir yendo, pero es verdad que con cada cita era un poco engorroso porque debía acudir en coche. Por eso cuando abrieron una nueva clínica dentista en Santiago pegada a mi nueva casa me dije que quizás había llegado el momento de cambiar.
No es que tuviera queja de mi anterior dentista, había tenido algún que otro malentendido en el pasado, pero nada del otro mundo. Pero el tema de la distancia era lo que me llevaba a buscar un cambio. Pero, eso sí, debía probar primero. Porque los dentistas, no solo deben tener experiencia y conocimiento, sino también un buen trato. Y es que la salud bucodental siempre es algo delicado y yo doy mucha importancia al carácter agradable. No me gustan nada esos profesionales rudos y secos, por muy buenos que sean en lo suyo.