Comprender sus emociones es el primer paso para ayudarlos a crecer

He tenido la fortuna de observar cómo ciertos comportamientos infantiles se van moldeando con el paso del tiempo, y me resulta fascinante comprobar cuánto influyen las emociones en las decisiones cotidianas de los más pequeños. Mi interés por este tema empezó cuando una amiga me habló del psicólogo niños en A Coruña, donde varias familias habían encontrado la clave para resolver conflictos que, en principio, parecían imposibles de superar. Me explicaba que muchas veces los niños no disponen del lenguaje adecuado para expresar lo que les ocurre, y ese embotellamiento puede manifestarse a través de berrinches, hiperactividad desmedida o retraimiento excesivo.

La primera vez que me asomé a la consulta de un especialista, quedé sorprendido por la forma tan suave en que se comunicaba con los críos. No soltaba sermones ni usaba explicaciones complicadas; sencillamente, empleaba el juego y la empatía para ganarse su confianza. Me di cuenta de que la herramienta principal del psicólogo es la paciencia, pues escuchar y observar son los pilares fundamentales de su trabajo. El proceso de ir deshaciendo esos nudos emocionales no se produce de la noche a la mañana, pero ver cómo un niño aprende, paso a paso, a reconocer lo que siente y a ponerlo en palabras es un pequeño milagro en sí mismo.

Una de las señales más claras de que un menor puede necesitar ayuda profesional es cuando se muestran cambios drásticos de comportamiento, sin una explicación aparente. Tal vez un niño que antes era sociable empieza a aislarse, o alguien que solía obedecer con relativa facilidad comienza a desobedecer de forma constante y agresiva. Ese desequilibrio puede tener su origen en situaciones familiares tensas, un acoso escolar que no se ha manifestado abiertamente o incluso una baja autoestima que se arrastra desde hace tiempo. Por eso, he comprobado que la colaboración de los padres se vuelve esencial, no solo durante las sesiones, sino también a la hora de aplicar ciertas pautas en casa que refuercen las mejoras que el terapeuta busca estimular.

Algunos padres, por temor al estigma o por desconocimiento, dejan pasar largos periodos sin solicitar ayuda, y en esos lapsos, el niño va desarrollando estrategias poco saludables de gestión emocional. Me parece vital que se normalice la idea de acudir a un especialista, igual que se hace cuando uno tiene un problema de muelas o una lesión deportiva. No debería verse como algo extraño, sino como un refuerzo para el desarrollo pleno de la personalidad. Y puedo asegurar que, en A Coruña, los profesionales se mantienen al día de las últimas técnicas en psicología infantil, ofreciendo un enfoque integral que abarca aspectos cognitivos, conductuales y emocionales.

Hace poco hablé con unos padres que estaban desesperados porque su hija de apenas nueve años se había vuelto irritable, con episodios de rabia aparentemente injustificados. Tras varias sesiones, el psicólogo descubrió que la niña sentía mucha ansiedad al ver cómo sus progenitores discutían con frecuencia, y no sabía cómo liberar esa tensión sin estallar en cólera. Al entender el origen de su malestar, la familia pudo trabajar unida para mejorar la comunicación en casa. Resulta conmovedor ver cómo, cuando los adultos se involucran, los progresos pueden llegar más rápido de lo que uno cree.

También están esos casos de niños que han vivido pérdidas o traumas, y necesitan orientación para procesar el dolor. Una cita con el psicólogo puede marcar la diferencia, ya que les ayuda a comprender que sus sentimientos son válidos y a encontrar formas de canalizarlos sin lastimarse a sí mismos ni a los demás. El profesional no se limita a dar sermones, sino que crea un espacio seguro donde el niño se siente libre de expresar sus temores. Utiliza, a menudo, actividades lúdicas que hacen que la terapia sea menos formal y más atractiva, de modo que la experiencia resulte positiva para todos.

He sido testigo de cómo las técnicas de relajación, las dinámicas de juego y la participación de la familia logran que ese pequeño mundo, que parecía cerrado en sí mismo, se abra un poco cada día. Uno de los logros más satisfactorios es ver cómo el niño empieza a tener más autoestima, a relacionarse mejor con sus amigos y a afrontar los problemas con un mayor sentido de la resiliencia. Para los padres, resulta un alivio enorme sentir que no están solos en la difícil tarea de educar y guiar a una persona en crecimiento.

Elegir un buen psicólogo niños en A Coruña puede suponer la diferencia entre quedarse atascado en un malestar perpetuo o avanzar hacia una convivencia más armónica. Cuando charlo con quien ha pasado por este proceso, percibo la gratitud que sienten al haber encontrado respuestas a tantas preguntas que se hacían en silencio.  

El cambio más visible, sin duda, es el brillo en los ojos de ese niño que ya no se siente incomprendido, porque por fin ha encontrado un espacio donde sus emociones son valoradas y entendidas. Uno se da cuenta de que la verdadera fortaleza se halla en la posibilidad de expresar las propias vulnerabilidades y de encontrar las herramientas para superarlas de forma constructiva.