El sol apenas despunta sobre la Ría de Arousa, tiñendo de dorado las aguas tranquilas mientras me preparo para embarcar en una experiencia que combina aventura, historia y un toque de misticismo: la ruta xacobea en barco en Vilagarcía de Arousa. Esta travesía, conocida como la Traslatio, no es un simple paseo en barco, sino una oportunidad de seguir los pasos —o más bien, la estela— del Apóstol Santiago, cuya leyenda cuenta que llegó a estas costas gallegas tras su martirio. Desde el puerto de Vilagarcía, uno de los más vibrantes de Galicia, me lanzo a esta ruta que promete no solo paisajes de postal, sino también una conexión profunda con la fe y la historia que han dado forma al Camino de Santiago. Mientras el barco se desliza suavemente por la ría, siento que estoy navegando por un capítulo vivo de la tradición, con el aroma salado del Atlántico y el canto de las gaviotas como banda sonora. La brisa acaricia mi rostro, y cada ola parece susurrar historias de peregrinos que, hace siglos, recorrieron estas mismas aguas con esperanza en el corazón.
La Ría de Arousa es un espectáculo en sí misma, un lienzo natural donde se entrelazan el azul profundo del agua, las colinas verdes que enmarcan el horizonte y las bateas de mejillones que salpican el paisaje como guardianes silenciosos. Navegar por esta ruta es como adentrarse en un cuadro vivo, donde cada curva revela una nueva perspectiva: aquí, una playa escondida con arena fina; allá, un pequeño pueblo pesquero con casas de colores que parecen sacadas de una acuarela. La Traslatio no solo te lleva de un punto a otro, sino que te envuelve en la grandeza de la naturaleza gallega, recordándote por qué esta región ha sido un imán para peregrinos y viajeros durante siglos. Mientras el capitán señala la isla de Cortegada, parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas, no puedo evitar imaginar a los discípulos del Apóstol navegando estas mismas aguas, llevando su cuerpo hacia Iria Flavia. Esa conexión con el pasado, tan tangible en cada rincón de la ría, hace que la experiencia trascienda lo turístico y se convierta en algo profundamente espiritual.
Lo que hace única a esta ruta es cómo equilibra la introspección con la camaradería. A bordo, comparto risas y conversaciones con otros pasajeros, algunos peregrinos que buscan sellar su credencial jacobea, otros simplemente curiosos por descubrir el Camino desde una perspectiva distinta. Hay algo mágico en estar todos juntos, mecidos por el vaivén del barco, mientras compartimos historias y contemplamos el paisaje. El guía, un marinero con el acento cantarín de Vilagarcía, nos cuenta anécdotas sobre la ría, desde las leyendas de los marineros hasta los detalles de cómo se cultivan los mejillones que han hecho famosa a esta zona. Cada palabra suya añade una capa más a la experiencia, como si estuviera tejiendo un tapiz que une la fe, la cultura y la naturaleza. Me sorprendo sonriendo mientras pienso en lo diferente que es este peregrinaje: no hay botas embarradas ni albergues abarrotados, pero la sensación de avanzar hacia algo más grande está ahí, tan intensa como en cualquier sendero.
A medida que nos acercamos a Pontecesures, el punto donde la ruta marítima conecta con el Camino Portugués, el paisaje se vuelve aún más evocador. Las torres de la catedral de Santiago aún están lejos, pero la promesa de ese destino final parece flotar en el aire. La Traslatio no es solo un trayecto físico, sino una invitación a reflexionar, a conectar con algo más grande, ya sea la fe, la historia o simplemente la maravilla de estar vivo en un lugar tan bello. Mientras el barco atraca y el sol comienza a esconderse tras las colinas, siento una gratitud inmensa por haber vivido el Camino desde el agua. Vilagarcía, con su puerto bullicioso y su espíritu acogedor, ha sido el punto de partida perfecto para esta aventura, una que llevaré conmigo mucho después de que las olas dejen de mecerme.