Implantes dentales con precisión, experiencia y tecnología

Si buscas a un implantólogo en Ferrol, aquí va una crónica que va más allá de las típicas promesas y eslóganes pulidos.

El sonido que inaugura esta historia no es el del torno, sino el zumbido suave de un escáner intraoral que captura en segundos la geografía íntima de una boca. En la pantalla aparece un mapa 3D de encías y hueso, con un nivel de detalle que a un cartógrafo le arrancaría una sonrisa. Lo cierto es que hoy el camino hacia un diente nuevo se empieza a andar con luces frías, datos y mucha calma. Primero, se descifra lo invisible: densidad ósea, nervios cercanos, altura disponible, hábitos del paciente y ese historial médico que no se puede ignorar, desde una diabetes no controlada hasta el tabaco de los fines de semana que planta obstáculos microscópicos donde parece que no los hay.

La narrativa se vuelve técnica cuando entra en escena la tomografía de haz cónico, esa radiografía 3D que tanto temen los romances con la improvisación. Con ella, el profesional y su equipo fusionan archivos DICOM con el escaneo intraoral, planifican el recorrido del futuro implante y previsualizan la corona que lo coronará. Se diseña una guía quirúrgica que se imprime en 3D para que la mano experta no dependa del instinto sino de la evidencia, porque aquí los milímetros no se negocian. El objetivo es ubicar el tornillo de titanio donde el hueso lo abrace con firmeza y donde la oclusión no convierta cada bocado en una prueba de resistencia.

La experiencia clínica se nota cuando las decisiones difíciles aparecen camufladas de rutina. ¿Colocar en el momento de la extracción o esperar a que el hueso cicatrice? ¿Apostar por un elevación de seno maxilar o por implantes cortos que respeten los límites? ¿Dejar la prótesis provisional en el acto o tomarse un respiro para no pedirle al hueso lo que aún no puede dar? Son preguntas que parecen triviales hasta que una mala respuesta abre la puerta a la periimplantitis o a una pérdida de estabilidad que nadie quiere firmar. La pericia no es solo la destreza con el bisturí; es el olfato clínico que decide cuándo acelerar, cuándo frenar y, sobre todo, cuándo decir no.

A la sala llega el paciente con sus miedos en fila india, esa comitiva que siempre anuncia dolor, inflamación y papeleo interminable. La anestesia local se combina con sedación consciente si hace falta, y la intervención se convierte en una coreografía breve: incisión mínima, fresado bajo refrigeración, torque medido, control de sangrado y sutura limpia. El reloj, que tanto intimida desde la pared, se vuelve compasivo cuando el procedimiento dura menos de lo que uno tarda en buscar una plaza libre cerca del puerto. De fondo suena música; a veces el propio latido de quien quiere que todo termine ya, a veces la lista de reproducción del equipo, que tiene prohibido poner canciones con títulos alarmantes.

La tecnología no es un adorno, es un método para reducir sorpresas. Los sistemas más modernos juegan con superficies tratadas que invitan a las células a colonizar, convertidas en obreras diligentes de la osteointegración. El titanio de grado médico sigue siendo un clásico por su biocompatibilidad, pero no faltan opciones mixtas y pilares de zirconia cuando la estética manda cerca de la sonrisa. Las coronas atornilladas seducen a los clínicos porque permiten ajustes y retratamientos sin dramas, mientras que aquellas cementadas exigen manos de relojero para evitar restos que irriten las encías. En el laboratorio, la precisión de un diseño CAD/CAM da al conjunto una coherencia que evita esa sensación de diente “turista” que no entiende el idioma de la boca que visita.

La conversación sobre el postoperatorio es más terrenal: frío local las primeras horas, analgésicos pautados, cero tabaco y una dieta que le da vacaciones a los alimentos crujientes. Dormir con la cabeza un poco elevada ayuda, y las revisiones tempranas detectan cualquier rebelión a tiempo. La estadística, con su frialdad consabida, sonríe al decir que las tasas de éxito rondan el 95-98% a diez años cuando se hace bien y se mantiene la higiene. La sonrisa, que no sabe de porcentajes, agradece ajustes oclusales milimétricos y limpiezas profesionales periódicas para que el hueso se quede a vivir y no busque mudanzas.

Al hablar de costes, sobran metáforas: claridad desde el principio, valor por lo que incluye y financiación si el presupuesto se estira como un chicle. Un plan serio contempla diagnóstico avanzado, cirugía, prótesis, revisiones e incluso garantías razonables que no prometen lo imposible. Huir de gangas que convierten la boca en campo de pruebas no es un acto de esnobismo, es puro sentido común. La calidad se reconoce cuando el presupuesto coincide con la realidad clínica y no hay sorpresas escondidas entre asteriscos del tamaño de una pulga.

Sigue habiendo mitos tercos que conviene desmontar. No, no duele como en las películas antiguas donde el héroe se curaba con whisky. No, no es solo para personas con mucho hueso; la regeneración ósea hace tiempo que dejó de ser ciencia ficción. No, la edad por sí sola no descarta a nadie; la salud general, la medicación y los hábitos pesan más que la fecha de nacimiento. Y sí, en muchos casos se puede salir con un provisional que permita sonreír a cámara mientras el hueso y el titanio se conocen mejor.

En Ferrol, ciudad de astilleros y mareas que no esperan a nadie, hay una cultura del oficio que se contagia. En consulta, se nota en la puntualidad con la que llega el diagnóstico, en la paciencia para explicar cada paso y en la amabilidad con la que se desactivan ansiedades que no necesitaban invitación. El periodismo enseña a desconfiar de las frases perfectas, pero también a reconocer cuando una historia se sostiene sola: aquí lo hacen los protocolos, la formación continua, las manos que practican todos los días y los pacientes que vuelven a morder una tostada sin poesías épicas.

Hay quien cree que ponerse un tornillo en el hueso suena a ciberpunk dental, como si uno fuese a captar Wi-Fi con la sonrisa; en realidad es mucho más sencillo y terrenal. Se trata de devolver función y estética con un plan a medida, de preferir la exactitud a la improvisación y de acompañar al paciente sin teatralidad. Con esa fórmula, cada caso deja de ser un misterio y se convierte en una historia clínica bien escrita, con notas al margen para el control y un epílogo silencioso: masticar bien, hablar claro y sonreír sin hacer cuentas mentales del ángulo de cámara.